martes, 14 de febrero de 2012


Miles Davis, NYC, 1949
photo: Herman Leonard

"La justicia no existe", Carne Cruda

Nueva York, verano de 1959. Sólo unas semanas después de publicar su obra maestra, Kind of Blue, Miles Davis sufre una brutal agresión policial a las puertas de uno de los clubs de jazz más conocidos de la ciudad.

“Acompañé a una linda muchacha blanca llamada Judy a tomar un taxi. Ella se subió al coche y yo me quedé frente al Birdland, empapado, porque era una noche de agosto, calurosa, húmeda y sofocante”, le contaría años después a su biógrafo Quincy Troupe con aquel susurro de lija suyo tan lleno de oscuridad y misterio como su trompeta. “Un policía blanco se me acercó y me dijo que circulase”, continúa su relato. Era evidente que al poli no le gustaba ver a un negro acompañando a una muchacha blanca.

“Circular, ¿por qué? Yo trabajo aquí. Ahí está mi nombre, Miles Davis”, respondió el músico señalando la marquesina. “No me importa donde trabaje, ¡he dicho que circule! Si no circula, le arrestaré”, le respondió el agente sacando las esposas. No le dio tiempo a ponérselas. Miles Davis avanzó hacia él retador y al retroceder, el poli trastabilló y cayó al suelo. Antes de que Miles pudiese darse cuenta, otro policía blanco llegó por detrás y le golpeó con tal violencia que le hizo caer al suelo, herido en la cabeza. “El traje caqui que llevaba para tocar estaba manchado de sangre”, recordaba el músico. Unos minutos después estaba esposado y subido en un coche policial camino de la comisaría.
Miles Davis fue liberado al día siguiente pero le quitaron la licencia para tocar y estuvo un tiempo sin soplar en ningún club de Nueva York. Dos meses y tres juicios después, se detención fue declarada ilegal, pero al trompetista le quedó un recuerdo amargo y una sensación de injusticia racial: “Si estás rodeado de blancos y eres negro, la justicia no existe. Ninguna”.


Madrid, invierno de 2012, viernes 10 de febrero. Varios centenares de personas se manifiestan en la Puerta del Sol para protestar por un paquete de medidas que el nuevo gobierno llama “reforma laboral” y que tienen mucho más de paquete que de reforma pues significa la amputación de derechos laborales más drástica de la democracia y un abaratamiento del despido sin precedentes en el país.

Un policía nacional se acerca a uno de los manifestantes y le dice que circule. “Circular, ¿por qué? No tengo trabajo. Adónde voy a ir”, le responde el manifestante. “No me importa que no trabaje, ¡he dicho que circule! Si no circula, le arrestaré”, le responde el agente. Minutos después, ése y otros 8 manifestantes son esposados y subidos a un camión policial camino de la comisaría.
Más de cuarenta años después y a miles de kilómetros de distancia, la misma sensación de injusticia se repite. Pero ahora no hace falta ser negro y estar en la América racista de los 50 para que te traten como a tal. Sólo hace falta ser un ciudadano que reclama sus derechos ganados en los últimos cuarenta años para darte cuenta de que las palabras de Miles Davis siguen vigentes: “la justicia no existe. Ninguna”.

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