domingo, 25 de marzo de 2012



Hampsten en el Gavia, Giro d´Italia 1988



 


Cuentan quienes lo vivieron que la ascensión al Gavia en el Giro de 1988 -una etapa con final en la estación invernal de Bormio- poco o nada tiene que envidiarle al día del Bondone, que Eric Breukink ganó una etapa que nadie vio con siete segundos de ventaja sobre el estadounidense Andrew Hampsten, ganador de aquella edición. "Llevaba puesta toda mi ropa, pero mis piernas estaban desnudas y no tenía calentadores ni impermeables para los pies. Tenía un par de guantes de neopreno que conservé durante toda la ascensión", recordó tiempo después el norteamericano. Durante la subida, mi equipo me proporcionó una prenda para el cuello y un gorro de lana. Antes de ponérmelo quise secar un poco el agua de mi pelo con la mano, pero lo que sentí fue una gran bola de nieve que de mi cabeza rodó por toda la espalda. Pensé que no estaba produciendo demasiado calor a pesar del fuerte porcentaje de la ascensión y de la ropa térmica e impermeable que llevaba".

Hampsten pensó en retirarse al coronar la cima. Si había sufrido tanto subiendo, no quería ni pensar en el descenso a Bormio. "Solo tenía una marcha para la bajada. El resto se había congelado. El camino estaba sin asfaltar, lo que favoreció que no se congelara. El público no sabía si la carrera se había suspendido y atravesaba la ruta mientras yo bajaba. Intenté no pensar en el frío y concentrarme en la carretera que tenía frente a mí, que a partir de un punto sí era de asfalto. Una vez, al mirar hacia abajo, vi mis piernas de un color rojo brillante. No volví a mirarlas".

Los demás coronaban como podían y se abrigaban con todo lo cuanto encontraban. Los tifosi, que ese día estuvieron inmensos, se dedicaronn a frotar las manos de los ciclistas para que recuperasen la sensibilidad y pudiesen accionar los frenos en el descenso. En fin, las imágenes fueron más propias de una guerra que de un espectáculo deportivo.

A 6 km. de la meta, Breukink me cogió, pero yo estaba totalmente bloqueado y no podía responder. Al llegar, me dirigí hacia nuestro masajista. Mike Neel vino y me metió en el coche del equipo, que llevaba la calefacción a tope. Poco a poco el dolor remitió. Mike me dijo entonces que la 'maglia' rosa era mía. El dolor se mezcló con la euforia. Grité, reí, tirité".

La imágenes en Bormio eran dantescas, con los corredores llorando, retorciéndose de dolor... muchos de ellos hicieron la mayor parte de la bajada en los coches de equipo, se bajaron de los mismos a 3 kilómetros de meta y cumplimentaron en sus bicis ese último tramo de etapa. No hubo descalificación por parte de la organización, que entendió las circunstancias. Muchos profesionales quedaron marcados. Pero habían conseguido sobrevivir al infierno helado. Ellos lo podrían contar con orgullo muchos años después.




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